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Blog hecho de y para gente pretenciosa.


Tuesday 13 November 2012

Nydia. Preludio.

Catalogada como un error de Dios, dentro de la categoría de los errores de Dios.
Anestesia.Epílogo.Final de viernes de telenovela de horario estelar.Anadiplosis de lo absurdo.
Si alguien te escribiera un cuento (que sabemos nadie hará, ni Áyax en su espada auto matante) el incipit sería:
Mujer gigantesca, grandísima, tanto que eres más hombre que mujer, gloriosa en la mente y en la sabrosura.
Pero como no, y como esto no es un cuento libre de concurso del ITAM o alguna escuela que no sepa lo básico de análisis IB, el incipit será:
Nydia es una vieja que conocía desde el primer semestre pero no le hablaba porque es bien mamona con todos y si no eres burgués te abre.
En conociéndola, su ambiente es proletario, debido a que las normas burguesas (las que la sociedad ve, en sabiendo que existe toda una rama de zorrería dentro de este maravilloso mundo) no le permiten expresar las barbaridades que hace, en cambio, el pueblo le permite ser ella sin prejuicios, pero los odia a todos en el fondo.
Primero de kinder; la poesía no son sólo imágenes, digo porque en pleno siglo xxi gente sigue escribiendo así.
Digo, no es que me importe,  ni que las diplomonadas estén invadiéndome todo el cerebro, bajo cerebro, proto cerebro, etc.
Estás gorda para ser alta, estás morena para ser blanca. Pocas personas pseudoletradas existen ya en el mundo. Tus prejucicios son en realidad todo el conjunto de errores que cometió la clase intelectualista el siglo pasado. Eso es algo bueno de ti (en realidad es malo pero lo pongo para que no lo vea, todos sabemos que no lee).
 La carne dejó de tener un gusto seboso para llegar a ser otra cosa, algo coriáceo, rogelioso, como con un aroma a piel sin olor. Tu belleza radica en que tú misma te la inventas, maquinas en un telar una burka que protege tu fealdad y tus demonios evidentes.
Las indias de los valles centrales de Oaxaca tienen en sus huipiles las historias de sus vidas marcadas, el matrimonio, los vástagos, los hijos no logrados, las muertes de los queridos, los días celebérrimos, las lunas pasadas. Cuando mueras te lo pondrás para que no se te olvide nada de tu vida y Dios sepa qué juzgarte.
En la región del Itsmo, el único huipil de gala es la mortaja, ataviada de cientos de abalorios y cualquier rescoldo de color que pueda servir para guiar a la india al inframundo.
Fue algo padre, me divertí en jugando con las montañas, el valle no glacial y los cuernos que se forman vía meteorización y erosión de las millonarias rocas.
- ¿Entonces eres barista o qué? -dándo en entender a qué ella es barista o algo similarista-
Y María del Trigal se fue, bajando del cerro, a vender sus cosas de triguero.
Encontró a las Chinas oaxaqueñas, centro regulador de la sociedad colonial, mujeres que podían caminar del mismo lado que los hombres, que usaban los calzones de seda y la veladora quemándoles las pestañas cada vez que iban al rosario de las ocho de la noche.
- ¡Tú, hija del nopal! Vete a vender a ese lado de la plaza, en la entrada sur por donde llegan los pobres, los ciegos, los leprosos no porque aquí no hay eso y no sé que es y las prostitutas.
Un ciego leproso todos los días cuando regresaba al monte con sus piedras e hijos en el lomo, le pedía comida y dinero, tú María sólo le dabas unos palazos y te echabas a correr.
Hasta que los caciques llegaron, terratenientes que pasaron a reclamar todo el pueblo que por derecho les pertenecía. Inmutables llegaron por las puertas centrales, las del norte, dónde estaban las casas de los ricos y del gobernador. En carros triunfales consulares, con los negros en delante de ellos tirándoles rosas, marías, rosarios, luces, dioses y un cosquilleo entre las piernas que no sabía María del Trigal que era lo que sentía.
Pero no se había engalanado por los conquistadores sino por el que manejaba el carro, un hijo de mozo de doña Mago, una vieja que atendía la tienda de licores, ella no tomaba sólo se limitaba a venderlo y toda su familia era igual a ella; como posromanticistas típicos de principios de siglo. 
El hijo era no tímido, le gustaban los sombreros y usar ropa holgada. Vivía ensimismado porque su padre se había ido a combatir a los Uruguayos por la frontera de la república y los indios salvajes (ya que hay indios civilizados como María del Trigal de los Santos de los Últimos Días y García que se les permite vivir en los cerros, arriba de los pueblos, así como vender sus artilugios a cambio de comida y tonterías así), desde niño le gustó hacerse la de soldado francés, siendo de cara enjuta y morena como Ámerica misma y como la licorería La Fe  en la que se le tendió un altar a don Gaspar hasta el día que volviera de la guerra, que todos sabemos no volverá.
Cuando María le miró el bulto que hacían bajo sus pantalones de lino viejo sus testículos, sintió el cosquilleo que su madre le había prohibido sentir y que castigó llevándola con el padre Eugenesia para que la curara, además de una dosis pequeña (grande) de golpes en todo el cuerpo que no se ve cuando se pone el huipil.
- No te sueltes dulce, porque yo soy el hombre más fuerte que existe en todo el pueblo fantasma este.
- Me duele -dijole entre llorando y tratando se ser lo más mujer posible-.
- A mí me duele más, yo siento más que tú porque eres mujer y las mujeres no sienten como los hombes.
- Te creo - casi susurrándole al ombligo peludo del hijo de doña Mago-.
El conocimiento mágico que las diecisiete familias que habitaban en el monte le había ofrecido a la india un bajage cultural muy fructífero, tanto como para darse cuenta de que la mujer es el centro rector del universo, receptáculo de las semillas del hombre y educadora y alimentadora de sus hijos del hombre, por lo que en consecuencia odiaba a Marcos el hijo de doña Mago que en realidad y verdaderamente pensaba que él y sólo él era mujer, hombre, dador y copulador de la vida misma.
María tenía catorce años cuando conoció a su hombre que la domaría para siempre, como nunca le había salido sangre por el hoyo que no era para sus desechos y se tocaba los pezones duros maduros, cafés y dorados con un pecas morenas, sentía que necesitaba tener ya al hombre con el que se iba a casar.
Nunca se fijó que el gobernador la quería de concubina, porque a pesar de ser una sangre sucia tenía unas nalgas que se le notaban cuando se ponía el traje de los domingos para ir a la misa del obispo cada fin de mes, y en los funerales, los cumpleaños de los viejos más viejos y en celebraciones eucarísticas importantes.
La ultrajó un viernes de agosto, cuando todos se preparaban para irse a dormir, ya nadie estornudaba, la lluvia se había acabado, todos aflojaron los músculos y se prepararon para que la luna se metiera en sus problemas espirituales (psiquiátricos) de indio. María estaba llena de luz en el estanque, bañándose tarde deseándo que algún espíritu se la llevara, o Marcos en el mejor de los casos. El gobernador la penetró ese día o noche.

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