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Monday 21 November 2011

Cuento corto #1/

Para Abril la dealer madre amiga santa misántropa

—Llevo despierto cuatro días porque no quiero dormir  —le revelé a Teresa.
Ella, en su hálito de zafiro que siempre la acompañaba a todas partes, siguió preocupada por mi condición:
—Dormir es un regodeo y premio a la jornada en la mina, no sé por qué tu no puedes pensar así — mirándome como si fuera alguien que no había puesto en un cabestrillo la mente desde hace unas cuatro jornadas—. Ayer llegué tan cansada del trabajo que mi esposo tuvo que deshacerse de su ropa por sí mismo.
—Tú no me puedes entender hermana, la labor que hago al resistirme a los mielíferos sueños es para conservar la existencia la mayor parte de tiempo, siempre siendo y vertiendo en la memoria todo registro metódico de aquí.
Mi hermana salió  de la habitación y me quedé solo, estaba recostado como se ponen los enfermos en la cama, esperando curarme y pararme para poder ir a la mina y que mi hálito sulforoso regresara.
Miré alrededor y me percaté en las paredes que se menguaban y la puerta que crecía, alucinaba  y veía el pomo que rugía, las visagras pirañas y el quicio abismal como la selva de las caucheras amazónicas.
Me ardían los ojos y a pesar de todo no renuncié a mi alta empresa. Me incorporé y me vestí con lo común y cercano que más encontré.
—Trae el alcohol Teresa y un paño humedo.
Desesperada Teresa fue por el alcohol inexistente y sólo regresó con el paño para despertarme.
—Pónselo en la frente, ya está despertando —Recibió la instrucción la mujer—.
—¿Acaso me quede dormido? —Como un Proteo buscando sus focas con el vaticinio de que la muerte era lo único que iba a encontrar, pregunté— ¿Acaso no logré mi cometido y deje de ser por unas horas?
Más que ensimismado me incorporé de nuevo.
—Vaya que sí te quedaste dormido, te despersonalistaste en un flujo continuo de quietud que tu alma estaba expuesta al cadalso de las indiferencias de tu sol —Me respondió una voz como de ninfa de agua—.
Todo, como abitualmente pasa, daba vueltas electrónicas y mis oídos expandidos no podían sostener ni percibir ni buscar de dónde esa voz sirénica me anunciaba que había fallado otra vez.
Me volví a vestir por segunda vez... o por primera vez, salí del cuarto trémulo no sin antes despedirme de las sillas y las violetas que recién habían florecido en su maravillosa técnica de supervivencia floreciendo al revés con el capullo enjuto y la tierra llena de botones anatémicos.
—Ya es hora de luchar contra los tigres —Me dijieron a la tumefaciente cara las flores—.
Y me fuí y nunca regresé, hasta hoy.

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